
Al inicio del año escolar, en el nido Niños Felices Central, mi colega y yo nos percatamos de que en nuestra aula había una niña cuyas habilidades de comunicación no estaban tan desarrolladas. Al no poder expresarse con palabras ciertas situaciones que le podían incomodar, manifestaba su sentir con reacciones un poco bruscas ya sea hacia sus compañeros o hacia nosotras.
El nivel de su lenguaje estaba en un proceso inicial y nosotras notábamos que necesitaba muchos refuerzos y cariño para que pueda desarrollar el habla. El usar frases como: “lo estás haciendo muy bien” y darle muestras de afecto, era nuestra estrategia. A pesar de ello, nosotras como docentes nos dimos cuenta que necesitaba, por su edad, una estimulación adicional a nuestra labor.
Sus compañeros del aula la evitaban y no deseaban jugar con ella, pues sentían cierto rechazo y miedo a la vez por sus actitudes. Nosotras nos sentíamos conmovidas y preocupadas ante esta situación.
En nuestros espacios de reflexión con nuestra acompañante pedagógica y la psicóloga del nido, concluimos que lo mejor para la niña era que recibiera terapias de lenguaje, debido a que habían pasado varios meses y no lográbamos ver avances de la niña. Para esto, debíamos trasladarles a los padres las necesidades que le urgían a su hija, el comunicarnos con ellos era nuestra prioridad. Entonces, los convocamos a una reunión, en el cual la psicóloga estuvo también presente para explicarles la situación de su pequeña. En dicha reunión, les solicitamos amablemente que la llevaran a terapias de lenguaje, así como realizarle un examen integral.
En el aula, desarrollamos estrategias para darle a la niña soporte emocional y pedagógico. La invitábamos a participar en juegos de grupos pequeños y siempre acompañada por alguna de nosotras. Para reforzar su sentido de pertenencia en el aula, le dimos responsabilidades pequeñas como repartir los vasos, contar la asistencia de los amigos y poner la mesa.
Siendo conscientes que la motivación es clave para el desarrollo de los niños y niñas, nuestras muestras de afecto y cariño eran esenciales. La contención emocional con abrazos y expresiones amables llenas de amor le brindaban seguridad.
Con el paso del tiempo, fuimos observando cómo la niña comenzó a desarrollar sus habilidades de comunicación y las acciones bruscas empezaron a disminuir. Esta experiencia nos llenó de muchos retos, así como de aprendizajes.